La parábola que hoy
nos propone Jesús, denuncia la falsa conciencia religiosa. La viña es la
realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña
el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin
embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos
permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a
aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir
al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que
contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando
lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola
plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída
a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que
eran considerados pecadores por los religiosos eran, en realidad, los únicos
atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes
proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a
la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad
religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Jehová
e inigualables hombres de fe, ¿por qué colocaba delante de ellos el testimonio
de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y
los publicanos?
Prostitutas y
publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que
quienes las ejercían eran consideradas personas impuras, inadmisibles entre la
gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los
pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la
presencia de un profeta tan grande como Juan el Bautista es capaz de
transformar las conciencias de aquellos que se consideran salvados únicamente
por el alto cargo que ejercen en el sistema religioso.
Pablo nos muestra
la misma realidad, desde el interior de la comunidad cristiana (Filp 2, 1-11).
Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse
una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los
demás o definitivamente salvados. El único criterio para determinar la
autenticidad de las prácticas cristianas es lo que él llama ‘entrañas de
misericordia’, o sea, el amor
incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y
la miseria. Para Pablo, los cristianos no se pueden examinar únicamente a la
luz de criterios piadosos, sino a la luz de la práctica de Jesús que actuó
siempre en el mundo con entrañas de misericordia.
Juan Wesley, en su
sermón “El casi cristiano”, nos hace
estas preguntas: ¿Será suficiente el hacer propósitos y el tener buenos deseos,
para ser un verdadero cristiano? En ninguna manera. De nada sirven los buenos
propósitos y las sanas determinaciones, a no ser que se pongan en práctica.
Bien ha dicho alguien que “El Infierno está empedrado de buenas intenciones.”
Queda por resolver la gran pregunta: ¿Está vuestro corazón lleno del amor de
Dios? ¿Podéis exclamar con sinceridad: “¡Mi Dios y mi todo!”? ¿Tenéis otro
deseo además de poseerlo en vuestro corazón? ¿Os sentís felices en el amor de
Dios? ¿Tenéis en Él vuestra gloria, vuestra delicia y regocijo? ¿Lleváis
impreso en vuestro corazón este mandamiento: “Que el que ama a Dios, ame
también a su hermano”? ¿Amáis pues a vuestros semejantes como a vosotros
mismos? ¿Amáis a todos los hombres, aún a vuestros enemigos y los enemigos de
Dios, como a vuestra propia alma como Cristo os amó a vosotros? ¿Creéis que
Cristo os amó y se dio a sí mismo por vosotros? ¿Tenéis Fe en su Sangre?
¿Creéis que el Cordero de Dios “ha quitado” vuestros pecados y los ha tirado
como una piedra en lo profundo del mar? ¿Creéis que ha raído el decreto que os
era contrario, quitándolo de en medio y clavándolo en la cruz? ¿Habéis obtenido
la redención por medio de su sangre, aún la remisión de vuestros pecados? Y por
último, ¿Da su Espíritu testimonio con vuestro espíritu de que sois hijos de
Dios?
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